Día de Muertos: un puente entre mundos
Cada año, al llegar noviembre, México se llena de flores de cempasúchil, velas y aromas que evocan lo sagrado. El Día de Muertos no es solo una tradición cultural, sino también un momento místico en el que la barrera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se vuelve más delgada.
Desde la perspectiva espiritual, estas fechas nos recuerdan que la vida y la muerte no son opuestos, sino parte de un mismo ciclo. El alma no desaparece: cambia de forma, regresa a la fuente y, en este tiempo, parece acercarse para recordarnos que no estamos solos.
En muchas culturas, la muerte es vista como un tabú. Sin embargo, el Día de Muertos nos invita a convivir con ella: preparar un altar, colocar fotografías y objetos de quienes amamos, encender velas para guiarlos en el regreso simbólico a casa.
En el corazón de esta tradición late una enseñanza profunda: la muerte no es el fin, sino un regreso al origen. Recordar a nuestros seres queridos es honrar la continuidad de la vida, aceptar que seguimos conectados a través del amor, más allá del tiempo y del espacio.
Desde una perspectiva espiritual más amplia, estos días pueden vivirse como un recordatorio de que nuestra existencia no se limita a lo que vemos. Los Registros Akáshicos nos hablan de la memoria del alma, y en fechas como estas esa memoria parece volverse más palpable.
Abrirnos a la experiencia del Día de Muertos es abrirnos a escuchar lo que nuestros ancestros y nuestra propia alma quieren mostrarnos:
- Que los ciclos de la vida incluyen despedidas y reencuentros.
- Que la memoria espiritual trasciende lo físico.
- Que la muerte nos enseña a valorar la vida con más conciencia.
Más allá de la festividad, el Día de Muertos nos deja aprendizajes que se sienten como semillas para el presente:
- Agradecimiento: reconocer el legado de quienes nos precedieron.
- Humildad: recordar que nuestra existencia es finita en lo material.
- Esperanza: confiar en que lo que amamos nunca se pierde, solo se transforma.
El Día de Muertos no es un culto a la ausencia, sino a la presencia transformada. Es una celebración de vida que nos recuerda que los lazos del alma no conocen barreras. En medio de velas, cantos y flores, lo que florece es la certeza de que siempre hay un puente entre mundos, y que en él habita la memoria de quienes somos.
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